lunes, 19 de abril de 2010


Empatiza con tu enemigo – La crisis de los misiles


“Estuvimos a esto -dice Robert McNamara dejando que sus dedos índice y pulgar se toquen- de una guerra nuclear”. El comentario del ex Secretario de Defensa estadounidense, cuya cara se aprecia en la pantalla del televisor, es categórico y hace expresa referencia a la crisis de los misiles que Estados Unidos mantuvo con Cuba y la URSS en el marco de la Guerra Fría.

A partir de ese hecho, el funcionario aprendió una lección: Empatiza con tu enemigo. La máxima forma parte de los 11 principios que el director Errol Morris expone en su documental The Fog of War: Eleven Lessons from the Life of Robert S. McNamara, en el que no solo se analizan las polémicas decisiones del economista durante la primera mitad de la Guerra de Vietnam -sus máximos detractores incluso le indilgan haberla provocado-, sino también sus estudios en Berkley y Harvard, su participación en la Segunda Guerra Mundial y su labor como presidente del Banco Mundial.

Al principio del documental, McNamara explica que la empatía significa “colocarse en el lugar del enemigo y comprender sus acciones”. El que fuera Secretario de Defensa durante el mandato de John F. Kennedy tuvo la obligación de ponerse rápidamente en los zapatos del dirigente soviético Nikita Kruschev y del líder militar cubano, Fidel Castro, cuando estalló la crisis de los misiles en octubre de 1962. Adoptó entonces una actitud conciliatoria, pretendiendo evitar un enfrentamiento armado de alcance mundial ya que entendió que los implicados, todas personas “racionales” según su punto de vista, tampoco deseaban un desastre nuclear.

Las relaciones de Estados Unidos con Cuba estaban tensas, más después del derrocamiento de Fulgencio Batista a manos de un grupo guerrillero liderado por Castro, quien declaró la revolución contra el imperialismo yanqui y proclamó el carácter comunista del movimiento, el cual rápidamente entabló relaciones con el bloque soviético. Además, la CIA aún respiraba la derrota que trajo aparejado el intento fallido de invadir la isla en 1961.

Respecto a la crisis de los misiles, todo comenzó el 14 de octubre, cuando la CIA descubrió, mediante fotografías tomadas por un avión espía, que en San Cristóbal (sector occidental de Cuba) se había instalado una base de proyectiles de medio alcance que significaban una amenaza potencial para la costa estadounidense. Inmediatamente conocida la noticia, el presidente convocó una reunión de urgencia. Sería la primera del llamado Comité Ejecutivo del Consejo Nacional, integrado por McNamara, quien luego se entrevistaría con Castro para medir los ánimos. El cubano no dejó lugar a dudas. En caso de una invasión estadounidense a la isla, el país caribeño le declararía la guerra a la potencia capitalista.

El Secretario de Defensa decía en aquellos días: “No hay ninguna diferencia entre morir por un misil enviado desde la Unión Soviética o desde Cuba”. Otras posiciones a adoptar frente al conflicto eran más radicales, como la invasión -postura defendida por Curtis Lemay, ex general de la Fuerza Aérea norteamericana-. La decisión que tomó el primer mandatario fue moderada entre esos dos extremos: impuso el bloqueo a la isla. La Organización de Estados Americanos (OEA) acompañó la iniciativa, al igual que la Organización de Naciones Unidas (ONU). Los buques y los submarinos americanos se encontraban listos para la acción.

El 22 de octubre, Kennedy explicó lo que sucedía por televisión: “He ordenado a las fuerzas armadas que se preparen para cualquier eventualidad”, señaló. A pesar de las medidas adoptadas por Estados Unidos, Kruschev no propicio una nueva escalada en el conflicto -al menos, al principio- enviando barcos con armas nucleares aunque originalmente se negó a desmantelar las plataformas balísticas instaladas en Cuba. Las fuerzas armadas estadounidenses, mientras tanto, se movilizaban. 200.000 mil soldados se concentraron en Florida frente a cualquier eventualidad.

La CIA creía erróneamente que las cabezas nucleares aún no habían llegado a la isla: ya estaban emplazadas allí. Entonces, cuando EEUU sopesaba la posibilidad de realizar un ataque preventivo, se descubrió que un barco ruso llamado Potalva se aproximaba llevando 20 ojivas. Los nervios estaban a flor de piel y parecía que la hora final se aproximaba con cada tic tac.

A pesar de todo, el 28 de octubre la amenaza del armagedón se desvaneció. Al tiempo que el transporte marítimo daba media vuelta y regresaba a la tierra comunista, Kruschev accedió a retirar el armamento luego de que, mediante la correspondencia mantenida con Kennedy, Estados Unidos le prometiera que nunca invadiría Cuba y que trasladaría sus propios misiles de Turquía, ambas aspiraciones del líder soviético. La diplomacia había triunfado tras dos semanas sumamente angustiantes y claves de la historia contemporánea.

Julián Velázquez

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